Gillian Bradshaw nos deslumbra otra vez con una de sus novelas históricas, su estilo de redacción y de camuflar la historia bajo una buena serie de argumentos generales, consigue aproximarnos la historia de una manera sutil y emocionante. Sin apenas darnos cuenta, Bradshaw nos adentra en un mundo distinto al nuestro con tanta precisión que cualquiera podría creer que ha estado allí de verdad. El heredero de Cleopatra es un libro lleno de acción, pero que oferta una serie de profundos diálogos sobre la vida, la amistad, el amor, el deber y el honor. Cesarión, el único heredero de Cleopatra y posible unión entre Roma y Egipto, sobrevive ante un intento de asesinato. Creyéndole muerto Roma sigue su camino, y Él se ve obligado a sobrevivir en lo oculto para no ser descubierto. Auxiliado y ayudado por un mercader, Cesarión se recupera y decide volver a Roma a reclamar su trono y ofrecer su muerte como una ofrenda a su madre: la sangre real fluye por sus venas y traicionarla, sería la mayor humillación para sus antepasados. Pero durante su estancia en casa del mercader y el viaje a Egipto descubre que bajo su personalidad déspota, existe un Cesarión capaz de amar y de querer. La conversión que sufre afecta progresivamente al desarrollo de la obra que va cambiando inesperadamente lo que el lector va suponiendo. Así se asegura un desarrollo del argumento continuamente sorprendente. Me impacta pensar que alguien célebre sea capaz de pasar desapercibido. Un hombre marcado por el destino que no ha sido libre de escoger donde quería nacer, y cuyo porvenir está más que decantado. Una identidad forjada tras miles de generaciones se pierde en el olvido. Pequeña gran paradoja. ¿Es posible que el mundo olvide tan fácilmente aquellos grandes y pequeños personajes que han constituido nuestra cultura y razón de ser? Así es. Pero siempre quedará en alguna mente su historia apasionada. Un recuerdo en el olvido. Una identidad perdida.
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